martes, 30 de septiembre de 2008

Y la Tierra se quedó sin Sol...

Una mañana fría, húmeda, triste, apagada.
Una mañana extraña, ella despertó.
Le bastó un instante para hacerlo. Un segundo para darse cuenta.

El Sol se había apagado. De él sólo quedaban los últimos rayos que iban en declive a medida que pasaba el tiempo.

No sabía que hacer. La pobre Tierra estaba sola y desamparada sin él al lado. Echaba de menos sus abrazos, su calor, tan reconfortante en las noches de invierno...

-¿De verdad mi vida acaba donde acaba la de él?-se preguntaba una y otra vez a medida que los últimos resquicios de luz se iban apagando.

Entonces, una buena amiga suya, llamada Estrella, acudió velozmente a consolarla.

-Tierra, yo nunca tuve Sol alguno y sin embargo, brillo sola.

-Pero Estrella, yo no sé vivir sin él. Nadie me ha enseñado a hacerlo. Dependo de él al igual que dependo del aire o del agua.

-Tampoco nadie te enseñó a amar, Tierra, y sin embargo lo hiciste con todo tu ser. Tanto que ahora no conoces ni un sólo lugar en el Universo en el que él no esté. Sólo te doy un consejo: Elige tú misma cuando quieres dejar de vivir... No dejes que nadie lo haga por ti.



Entonces, Tierra tomó la decisión de seguir. Se despidió de lo poco que quedaba en sí misma de Sol y, a continuación, corrió. Corrió velozmente como nunca antes lo había hecho. Recorrió miles de kilometros en busca del olvido y cuando supo que ya no necesitaba más a Sol, paró.
Agotada, sonrió alegremente al darse cuenta de que lo había olvidado de verdad.
En pocos segundos, reparó en algo extraño. Miró sus pies.
Un brillo intenso empezó a brotar de ellos. No le hizo falta nada más. Volvió a correr, alegremente, dando saltos, sonriendo. Volvió a correr. Volvió a reir.



...Y la Tierra no necesitaba Sol.

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