lunes, 10 de enero de 2011

Buscando un pollo, me encontré un paraguas.

Días en los que sales a la calle con la más amarga de las tristezas, rodeada de ese lunes marrón que a todo estudiante desborda y lleva al desquicio conjugado con la impaciencia y la desesperanza de la búsqueda del viernes, que no está entre los resquicios de los papeles donde debería haber deberes y no los hay, que no está en la mueca del barrendero mañanero, ni en los fumadores que ya no fuman al lado de su café.
Abrir esa puerta de nuevo es como la resaca de los domingos cuando no has bebido Ballantines o el malestar tras comerse una olla de sopa sin avecrem porque tu abuela no puede tomar sal.
Ese vaivén de figuras que no te inspiran para nada, cuya única función es enseñarte lo que no quieres saber y que está escrito en mil libros que nadie se molestará en leer. Nunca.
Y lo que buscas es tu viernes, tu día. El día del trabajador, que acaba su jornada; de los parques, que disfrutan de la sonrisa de los niños; del feriante de cualquier lugar... Mi día.
No es viernes. He comido pollo. Tengo un paraguas, pero no lo abriría a no ser que saliera un sol que me impidiera disfrutar de las sonrisas, porque hoy me mojaría con cualquiera bajo la lluvia y le dedicaría una de esas, juguetonas, al jardinero, al barrendero, al profesor y, ¿Por qué no? Hasta a aquella que nunca te devuelve el céntimo de las camisas.
Sí, no tiene sentido ni quiero que lo tenga :)
Como dijo una gran sabia, me encanta que piense.